Desde hace años son muchos los productos de 'usar y tirar'. Si bien este tipo de objetos han favorecido el crecimiento económico, su utilización se ha extendido a otros dominios de la vida, instaurándose una verdadera cultura de esta práctica que está acabando con valores como cuidar, mimar o reparar.
Desde entonces, la proliferación de estos productos ha sido fulgurante,
imparable. Entre algunos de los detonantes de esta vorágine se halla la
revolución industrial, cuya eficiencia productiva, superior a la de la mano de
obra, ha provocado algo tan paradójico como lo siguiente: ¡adquirir un producto
nuevo es más barato que reparar el estropeado! Pongamos el ejemplo de una
maquinilla eléctrica de afeitar. En caso de avería, uno se pone en contacto con
el teléfono de servicio al cliente que el fabricante señala en sus prospectos.
Ahí nos referirán a un taller normalmente situado en la periferia de la ciudad,
en un lugar bastante alejado del centro (primera traba). Suponiendo que decida
acudir, descubrirá que el mismo taller representa a varias marcas fabricantes de
electrodomésticos, incluso competidoras. Está claro: a ninguna de ellas le sale
a cuenta ni le interesa ofrecer el servicio técnico de los productos que, en
cambio, sí fabrica.
La odisea de la máquina de afeitar no ha acabado todavía, ya que al llegar al taller lo habitual es que le pidan una cantidad de dinero sólo por diagnosticar lo que le sucede y calcular el presupuesto de la reparación. La explicación del técnico tiene su lógica: "Es que la mitad de la gente, cuando les decimos lo que va a costar ya no vuelven nunca más, así que exigimos algo de dinero para costear esas horas". Y la respuesta del usuario también: acudir a comprarse una maquinilla nueva.
El riesgo que se traslada al cliente es enorme: el que ha confiado en una
determinada marca debe asumir un coste adicional por averiguar si puede reparar
el producto que adquirió. Tal duda ha sido definitivamente despejada por los
chinos: su mano de obra es tan económica, que, unida a los procesos productivos
occidentales, convenientemente imitados, arroja unos precios de fabricación
irrisorios. Dado el nivel de vida en Europa, el coste de dos horas de mano de
obra de un técnico para reparar una afeitadora es mayor que el precio de
adquirir una nueva. Problema resuelto: ya no hace falta pedir presupuesto de
reparación. ¡Qué bien! Por fin reponer es más barato que reparar.
La cultura que manda. El gobierno del usar y tirar alcanza a un amplísimo
número de productos. Las cámaras de fotografiar solían durar años, hoy día
existen ya las cámaras de usar y tirar. Los ordenadores, por poner otro ejemplo,
quedan obsoletos a una velocidad increíble. La interconexión a través de
Internet obliga a no quedarse atrás en las versiones de los softwares que
adquirimos. Uno puede tener un procesador de textos con funcionalidades más que
suficientes para sus necesidades, pero si tarda demasiado en actualizarlo se
encontrará con problemas para utilizar ficheros que otras personas le envían.
Así es: softwares que funcionan y aún útiles para quien los adquirió deben
tirarse y reemplazarse para no aislarse del mundo exterior.
Se fabrican lentillas de usar y tirar; en los restaurantes de menú, los manteles de tela han desaparecido porque los de papel son más baratos y se pueden usar y tirar. El éxito de Ikea está basado en muebles y objetos de decoración tan económicos que es posible tirarlos al cabo de poco tiempo y redecorar el hogar continuamente (recuérdese el eslogan: "Redecora tu vida")
Las otras consecuencias. Obviamente, no hay nada malo en que los precios de
los productos bajen ni en redecorarse la vida cada tres años, ni mucho menos en
poder ahorrarse el trabajo que suponía limpiar pañales tres veces al día. Por
otro lado, usar y tirar es fantástico para la economía, ya que dispara el
consumo, motor de crecimiento económico.
LOS VALORES PERDIDOS....
Cuando usar y tirar no era parte de nuestra cultura, valores tales como conservar, cuidar, mimar y, sobre todo, reparar formaban parte de la sociedad. El desinterés por conservar lo que tenemos y la ansiedad por obtener la novedad forjan una generación de jóvenes a los que se ha inculcado la renovación continuada como modo de acallar su pulsión.Como no siempre es posible obtener lo que uno desea, los jóvenes se muestran rápidamente insatisfechos y frustrados. Si uno no puede usar y tirar , ¿qué le queda?: conservar. Y conservar, en nuestra sociedad, es (lamentablemente) sinónimo de fracaso.
Aprenderemos la lección....................
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